sábado, 23 de octubre de 2010

cuento número veintiocho y medio (solo porque creo que es totalmente adecuado para el día de hoy)

Aprendí grabado el año que me dijeron "no" en la Esmeralda. Aprendí grabado porque a una desconocida le pareció que podía ser bueno para mi que no tenía otra cosa. En mi cabeza el grabado era una especie de misión obsesiva en lo cual fijar mi atención mientras descubría qué era lo que la vida quería de mi.
Descubrí que tenía un profesor duro y perfeccionista, el día que me dijo "te estoy observando solo para ver el momento en el que te equivoques" descubrí que me daba incluso algo de miedo. No quería equivocarme. Él tenía esta extraña obsesión más que con en si la técnica del grabado, con la técnica de la estampación, que según él, son dos oficios diferentes.
Pasaba las horas mirándome como había amenazado en primer momento. Alguna vez me había dicho que los alumnos como yo no le gustan porque como no se equivocan nunca aprenden nada. "No me gustas, pero estoy esperando", y yo miraba con horror el momento en que me equivocase y prestaba especial atención en todos los pasos, en los tiempos del ácido, la limpieza de la plancha, especialmente la limpieza, que no quedara ni un poquito de grasa. Y practicaba ese movimiento en el que tanto nos había insistido en el que se le pasaba la parte gordita de la palma de la mano rozando con delicadeza extrema por encima de la plancha. Y al sacar mi primera estampa, aglomeró a toda la gente para que viera el resultado porque nadie tiene una buena primera estampa. Y al destaparla ver que era perfecta solo murmuraba "No me gusta, no me gusta".
Después de muchos meses y ver que todavía no me equivocaba, comenzó a tener más confianza en mi y renunció a su perene vigilancia. Decidió que mi cabeza era suficientement confiable como para enseñarme un poquito más.
Aún así no bajó la dureza de sus ejercicios, colocando especial incapié en el estampado, estampar bien, estampar bien, lograr la perfección a base de esfuerzos, de repetirlo cientos de veces. El dichoso movimiento con la palma de la mano era de vital importancia, no fue hasta algunos años después que podía dominarse bien. Cuando decidí dejar la clase de grabado, él y yo ya éramos amigos, compartíamos un gusto chistoso por el grupo de Placebo.
La última clase que tuve con él me dijo, "Tengo muchísima fe en ti y quiero que antes de regresarte a tu país poder ver una exposición individual tuya.".
Cuando entré a Bellas artes en principio decidí no hacer grabado porque estaba llena de eso, sin embargo conforme pasaron los años comencé a extrañarlo mucho. Mi penúltimo año de carrera me apunté en el grabado más académico del programa, pero éramos tantos en la clase que era imposible prestarnos atención a todos, uno aprendía lo que deseaba aprender. Así que estaba yo, autodidacta en mi educación, descubrí que el método que enseñaban para estampar no era el mismo que yo usaba y me sentí muy insegura de lo que había aprendido.
Un día mientras estampaba, se me acercó el maestro de taller. "¿Quién te enseñó eso?" me preguntó con una sorpresa que me hizo pensar que estaba cometiendo la tontería más grande del mundo. Le conté mi historia y la historia del lugar donde estampar compulsivamente era muy importante. "Ahh, así que eres alumna de Jordi... Si, ahora lo entiendo. Fíjate que él y yo éramos aprendices del pasado maestro de taller cuando esta universidad todavía no era una universidad y a penas comenzaba a ser una academia de arte. Solo él y yo estábamos cerca de él, él era muy bueno, uno de esos maestros perfeccionistas como los de antes, solo se podían aprender cosas observándolo e imitándole. El estampaba así, justo como tú lo estas haciendo, esa era su técnica personal, por eso me ha llamado tanto la atención mirarte hacerlo".
Así, unos meses después, cuando el maestro de taller se jubiló, busqué a Jordi para contarle la historia de cómo el alumno había visto revivir al viejo maestro por el simple gesto de una mano. Me sonrió y me sentí profundamente orgullosa de parecerle suficientemente digna para revivir a un hombre que había amado y admirado tanto.


Mi niña, si amas tanto a alguien hazlo eterno, sobrevive y transmite todas esas cosas lindas que él te ha dado y que él te enseñó, no creo que haya un sentimiento más grande para un padre que ver que los hijos se convierten en árboles y sueltan raíces a la tierra y echan ramas al cielo.

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