lunes, 25 de octubre de 2010

cuento número treinta

en el noventaicuatro hubo una crisis muy fea causada por un presidente calvo y orejas grandes. así lo recuerdo.
ahora cuentan que en realidad manipuló el mercado para que las acciones de sus empresas subieran, le avisó a sus queridos amigos para que hicieran los movimientos pertinentes y definitivamente hubo mucha gente que se benefició de ello.
nosotros, los clasemedieros sin amigos importantes nos fue de la chingada. yo en ese entonces tenía 10 años. mi papá tenía una fábrica de inyección de plástico que se llamaba Intraplast y mi mamá una pastelería que no jalaba mucho pero que le gustaba mucho hacer. En realidad la fábrica era lo que nos daba de comer, así que el día en que mi papá vió que por lo que había hecho el presidente calvo tendría que cerrar la empresa que le había costado tantos años construir, efectivamente estaba muy enojado, como el resto de clasemedieros sin amigos importantes, mejor ni hablar de los que vivían en pobreza extrema o tenían menos que nosotros.
Mi papá entró en un estado extraño como de larga reflexión, como atemorizado por esa gigante amenaza que le representaba el futuro. Entonces mi mamá puso el hombro y en plena crisis, la crisis más dura que ha vivido México nunca, esa mujer que tenía por hobby cocinar y hacer pasteles de fantasía, se convirtió en el soporte principal de una familia de cuatro.
Al principio aparentemente era fácil o al menos no tan difícil. La pastelería tenía sus clientes y en general iba bien, pero conforme fueron pasando los años, las cosas se iban viendo más y más complicadas hasta que finalmente para sacar las cuentas a fin de mes tenían que vender pasteles de casa en casa. No podía comprender la dificultad de ese oficio hasta que 15 años después tendría que dedicarme a hacer encuestas por teléfono. Recuerdo muchas veces haber oido nombres como "la pastelera" o algunos otros que ni siquiera mencionaré pero que implicaban el triste anonimato en el que se había sumergido ella que había sido la más brillante diseñadora gráfica de su generación y que incluso la habían invitado a desayunar con algún presidente (no el de las orejas grandes, eso hubiera sido demasiada ironía sino otro cualquiera) por sus impecables notas. Ella describía incluso que le resultaba devastador mirar que el trabajo de decoración que le había tomado algunas veces alrededor de diez largas horas se destruía tras esa estúpida tradición de arrojar la cara del cumpleañero contra el frágil pastel. Solía decir, que había hecho muchas obras de arte que habían desaparecido simple y sencillamente bajo el efímero destino de un pastel, el de ser deborado.
Muchas veces me he preguntado cuál es la diferencia entre un niño y un adulto además de las obvias implicaciones hormonales. Y la respuesta que casi siempre se me viene a la mente es más bien una imagen; la de mis papás que no podían regresar a la casa los sábados y los domingos temprano a descanzar de todo el trabajo que habían tenido que hacer durante la semana, sino que se quedaban dando vueltas en el coche, muchas veces hasta las ocho o diez de la noche y la mayor parte del día bajo ese calor agobiante de cocoyoc, con un solo pensamiento en la cabeza, que tenían en casa dos pequeñas bocas que alimentar.
la diferencia entre un adulto y un niño radica unicamente en la motivación para hacer las cosas, un adulto no se cuestiona y simplemente las hace porque tiene que hacerlas y es más bien esa motivación inaplazable la que en si transforma a un niño en adulto.
Me gusta pensar que el amor de nuestros padres por nosotros fue lo que los convirtió en adultos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario