martes, 19 de octubre de 2010

cuento número veinticuatro

La historia de mi vida ha sido convivir con las reglas de mi papá y
encontrar maneras sutiles e impunes de romperlas. En mi adolescencia
mi papá tenía cierta fijación con las malas intenciones de los hombres
y estaba totalmente empeñado en evitar que tuviera un embarazo precoz.
Había reglas como nunca estar con un chico a solas en casa, nunca
permitir que ningún miembro del sexo opuesto subiera a mi cuarto.
Cualquier cita que quisiera tener, tendría que realizarse en el jardín
y a la vista de todos.
A mi me indignaba el trato desigual que recibíamos en la casa, ya que
mi hermano si tenía permitido recibir mujeres dentro de su cuarto y le
obsequiaba condones cada vez que podía. Pensaba que mi papá tenía
cierta relación de complicidad como de hombre a hombre que conmigo se
le sembraba como una amenaza. "¿Porqué a mi no me das condones?" le
pregunté un día. Pero enojado simplemente cerraba la conversación sin
opertura alguna al diálogo. Un día era tal mi enojo de que él si
pudiera recibir mujeres en su cuarto que simplemente se lo prohibió
más que como una regla real, era en realidad una regla de consolación
a mi triste desventaja de género. Conforme fui creciendo las reglas se
volvieron mas estrictas, a los 17 años no podía llegar a casa más allá
de las 11 y tenía que reportarme cada media hora. En realidad en la
preparatoria no tenía nadie que me pretendiese por lo cual las
inecesarias reglas eran doblemente molestas pues ponían en relieve la
precariedad y el éxito escaso de mi vida amorosa.
En ese entonces a mi me gustaba Roberto, pero era un pueblo pequeño y
él amaba a las niñas normales y yo aparentemente no era eso. Aún así
tenía mi momento de consuelo que consistía en que a Roberto le gustaba
estudiar matemáticas y física conmigo, así que aunque él no me amase,
de cierta forma me apreciaba como amiga y compañera de estudio y en
ese entonces para mi era suficiente.
Ese día la casa estaba silenciosa y a mi se me había olvidado los
discos de música en mi cuarto. Él sugiere que pongamos música y
subimos los dos juntos a mi cuarto. Y en esos cinco minutos que
tardamos en decidir, que tomé el disco de Shakira en mis manos y que
de hecho ya estábamos bajando las escaleras, llega mi papá y se
imagina posiblemente que en ese mismo instante ya me encuentro
embarazada y que todos sus intentos por mantenerme pura y que termine
los estudios han sido tirados por la borda. El pobre Roberto que ya
había aguantado algunas escenas de mi papá me mira con pena ajena y
estoy segura que no me envidia nada nada por la bronca que sigue.
Pobre Roberto, a veces pienso que talvez no era que no me quisiera
sino que simplemente le daba tanto miedo mi papá que hubiera preferido
cualquier cosa a tenerlo por suegro.

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