miércoles, 27 de octubre de 2010

cuento número treintaidos

Hay un momento en la vida que es especialmente duro porque tienes que aprender todas esas cosas del amor. Hay varias lecciones que se te repiten constante e insistentemente durante estos años de aprendizaje, entre las que constan un par de reglas básicas.
1. Ocultar los sentimientos y las intenciones verdaderas.
2. Los animales alfa no tocan a los animales de menor rango, así que evita ser cariñoso.
3. A nuestra especie le gustan los retos, nunca se le deben poner demasiado fáciles las cosas, a nadie.
Así, mientras aprendíamos estas leyes universales, uno comete siempre los mismos errores.
A Ale siempre le habían gustado las mismas criaturas atípicas, le gustaba escoger al especímen más extraño del salón. Ese año a ella le gustaba el ciudadano que apodaremos con el nombre de Pe. Ale había sido especialmente desobediente con dichos mandamientos e insistía en buscar constantemente al ciudadano Pe e intentar tocarle todo el tiempo, le gustaba perseguirlo, abrazarlo y molestarlo todo el día.
Hubo alguna ocasión en que Ale me había expresado el ardiente deseo de poseer la gorra favorita de ciudadano Pe, y como yo quería mucho a Ale algún día en el recreo simplemente despojé al dueño de la misma.
El dueño, que a su vez desconocía con evidencia el reglamento, malinterpretó mi gesto de amistad hacia Ale con un gesto de amor hacia él, no me pidió la gorra de vuelta pues en su cabeza era un intercambio de un objeto preciado por un sentimiento de correspondencia, así que mientras Ale le perseguía e intentaba llamar su atención, él deslizaba discretamente la regla por uno de sus costados y a la mitad de la clase más aburrida de física me lanzaba un picotazo con su larga regla justo entre las costillas. De todas las tácticas de amor aplicadas en el 80% de los casos eran erroneas y como resultado solo podía obtenerse una cadena de seres humanos no correspondidos y frustrados.
Un día, desesperada porque los reglazos eran cada vez más frecuentes, le pedí a mi amigo el ciudadano Ce que fingiera ser mi novio porque mis calificaciones de física aparentemente emprendían una apresurada carrera en descenso. El como amaba todo lo que implicara una actuación, bajaba todos los días a la hora del recreo y era terriblemente caballeroso y presente y todo lo que nunca había obtenido con nadie, ese era mi novio postizo Ciudadano Ce.
Uno podría imaginarse el posible curso de la historia, pero había algo que no cuadraba con Ciudadano Ce, algo que te hacía sentirte extrañamente a salvo de besos y reglazos cuando estabas a su lado.
Un día hicieron una fiesta en casa del tío de Ariadna o algo así, estábamos todos. A mi me gustaba Roberto, y como ya lo había mencionado antes, yo sólo era su compañera de estudio, así que entenderán mi incontenible ira ese día de la fiesta, en la que todos habían tomado bastantito y que lo miré escabullirse entre los arbustos con la niña más fea de toda la clase e incluso de los dos salones. Me hundí enfurruñada sobre mi asiento, mientras todos los invitados a la fiesta se removían entre ruidos y gemidos en los arbustos. Mi novio ficticio evidentemente no estaba entre ellos, así que se sentó a mi lado y me preguntó si algo me pasaba. Se dio cuenta que lo que pasaba era Roberto con la otra niña, así que colocó su cabeza sobre mi regazo y de sus ojos comenzaron a caer gordas lágrimas desparramadas sobre mis pantalones. "A mi nadie me ha querido" me dijo y me propuso después que hicieramos nuestro ficticio noviazgo algo oficial. Yo sabía que había algo que no encajaba en ello, estaba completamente segura que a él yo no le gustaba y de hecho no podía leerlo como leía a Ale o a ciudadano Pe y saber verdaderamente quién le gustaba, qué le gustaba. "Pero sé que yo no soy tu tipo", "Si eres del tipo que puede quererme, eres mi tipo". Algo no funcionaba.

No hay comentarios:

Publicar un comentario