martes, 12 de octubre de 2010

cuento número diecisiete

A veces uno ama demasiado pronto, a veces se ama a destiempo, a veces uno ama demasiado tarde.
No eran parejita de la prepa, talvez a ella le gustaba, talvez no. Talvez es de esas personas que como yo en la primaria nos gustaban como 4 a la vez. Talvez era menos ambiciosa y solo le gustaban dos.
Yo sabía que quería al chico que se había mudado a Londres, pero también pienso que la amistad entre un hombre y una chica, especialmente en la juventud es imposible. Todos queremos saber del amor, todos estamos deseosos de experimentarlo, jozarlo, sufrirlo y volverlo a gozar. Ellos eran como una especie de siameses de ojos verdes, parecía que hubieran nacido juntos a pesar de que él había llegado a penas en secundaria.
Traía un acento extraño de una de estas tierras de desierto. También aparentemente libraba una cruenta batalla interna de saber que era diferente a todos los que conocía, no diferente del que pasa desapercibido y que es considerado solo un poco excéntrico, sino que era de esos diferentes que provocaba unas ganas irrefrenables en los otros niños de insertarle el puño en su curiosa cara. Ella tenía un amor especial por los débiles, la delantera mas peligrosa de su equipo de futbol, inmediatamente había reconocido la tristeza de esta taciturna criatura y había decidido adoptarle como amigo, quererle y protegerle siempre. Dicen que han estado eternamente dentro del amor, dicen, aunque siempre he tenido la sensación que él parecía siempre estar demasiado ocupado con lo que era y lo que necesitaba y lo solo que se sentía para saber que la tenía a ella. Aunque aquella noche que bajo el efecto de unas cuantas copas se acerco y sintió su cuerpo de cerquita, tibio y sediento, pidiendo que se acercara un poquito más pero no tanto. El se acercaba más pero como animal torpe no se había dado cuenta que ella le quería de verdad.
Se tardó tanto en reponerse del susto, que fue solo hasta media década después que se aparecía el otro. Lento y suyo, del tipo de gente que da un paso a la vez, un paso de vez en cuando y que parece no tener prisa de nada. Le fué empujando hasta tenerlo con ella, donde quería y donde le necesitaba, donde ya no tenía que empujar y justo cuando él estaba ahi, en ese punto que en el léxico gastronómico podría denominarse como el punto de turrón. Volvió su amado siamés con su fragilidad y tristeza, necesitado como siempre que alguien lo cuidase. Las piernitas que años antes habían anotado millones de goles ahora tiritaban anunciando su derrumbamiento.
A veces uno ama demasiado pronto, a veces se ama a destiempo, a veces uno ama demasiado tarde.

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