jueves, 14 de octubre de 2010

cuento número diecinueve

Era de mis tiempos heridos cuando alguna vez entre el grupo multicultural con el que salía esa noche había un rubio de cabello quemado con una textura similar a la paja. Llevaba un sueter de rayitas negras y rojas como el de Freddy Kruegger. Esa noche mi agenda estaba libre y la verdad es que me sentía simplemente aburrida, tenía desde hacía dos meses un novio británico al que extrañamente le infundía demasiado temor para poder salir conmigo.
El rubio y yo hablamos un poco para descubrir que en verdad se encontraba demasiado borracho para registrar cualquier cosa, así que lo dejé silencioso y sentadito a mi lado, estabamos en una de las mesas cuadradas de uno de los bares más populares de la ciudad, yo me encontraba justo en la esquina de la mesa, justo en ese lugar donde pueden acercarse los carteristas, los vendedores de rosas sin que nadie se de cuenta. Ese día se me acercó un hombre que traía los mocos de fuera y un ojo más grande que el otro, ambos poblados de gruesas lagañas. Y me dice insistente que le de un beso, que por favor le de un beso, que necesita un beso. Y es tan insistente que mi amigo Cristian tiene que decirle que voy con él, que él es mi novio y tengo que sentarme sobre sus piernas porque el desconocido esta casi encima de mi y no hay más lugar en la mesa. El desconocido se serena. Y se queda callado, pero conforme pasa la noche la conversación con el rubio se va poniendo buena y toma mi mano por debajo de la mesa, me acaricia los nudillos con las puntitas de sus dedos y finalmente me besa. Entonces como si hubiera estado todo como cubierto de pólvora y hubiera encendido una pequeña chispa, siento las decenas de ojos de las tradicionalmente conservadoras mujeres mexicanas acribillarme con la mirada, al mismo tiempo la más incriminadora de las miradas de mi amigo Pablo que esa noche velaba por los intereses de mi desaparecido novio británico y mis compañeros de piso que no podían creer que estuviese sentada en las piernas de un hombre casado como lo estaba Cristian. Al mismo tiempo el hombre de los ojos desiguales comenzó a gritarme, que Cristian no era mi novio si estaba besando al otro, que le había mentido y que me fuera inmediatamente al baño con él porque quería follarme. Y me grita de tal forma que tengo que salir del lugar, sola y con toda la sala escupiendo calificativos hostiles como "zorra" o "cualquiera" contra mi. Sin embargo el rubio sale después de mi y me acompaña para que nadie me haga daño, extrañamente observo que no quiere nada de mi pues no vuelve a besarme, ni me pide que lo deje entrar en mi casa. Me entero que es alemán y que se llama Nico. Después de esa noche nunca volvió a pasar nada entre nosotros dos a pesar que al día siguiente había roto con mi ausente novio. Nico vuelve a llamarme pero sorprendentemente se convierte en mi compañero de teatro, el hombre al que podía llevar a las obras más pesadas y conceptuales, un par de días incluso me atreví a invitarlo a las que eran en catalán. Tiempo después me confiesa que no entiende absolutamente nada del catalán pero que disfruta de estar conmigo como deben disfrutar dos viejitos que se conocen de hace mucho tiempo.

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