domingo, 24 de octubre de 2010

cuento número veintinueve

Le habían encontrado aparentemente un problema de hormonas, que "producía demasiada testosterona para ser una mujer" le habían dicho los doctores. Pero da igual cualquier nombre, porque a ella se le manifestaba según entiendo con demasiada energía la cual comenzó a canalizar en los deportes.
Comprenderán entonces la perfecta imagen del día que encontró un checo con chamorros de extraordinarias proporciones que amaba subir montañas cual cabra suiza y que parecía tener esta energía inagotable que nadie comprendía.
El primer día que decidí salir de excursión con ellos había ido ingenuamente pensando que tardaríamos un par de horas internándonos en la naturaleza y luego regresaríamos a nuestras casas como si nada, sin embargo ese par de horas se convirtieron en 8 larguísimas horas de subir montes sin tregua para recibir un único descanzo de media hora para ingerir los supuestos alimentos que ¿porqué no? se me había olvidado traer. Así, hambrientos y sudorosos recorrimos alrededor de veintitantos kilómetros subiendo y bajando montes para finalmente llegar a una playa medio cochina en Casteldefels. Sobra decir que en el momento que mi cansada espalda toco tierra firme, fue como recibir algún elixir mágico porque no me volví a despertar hasta dos horas después cuando teníamos que regresar.
Cabriyarda le apodamos a Jaroslav (Yarda de cariño) por aquella terrible arrastrada que tanto a él como a su amada y atestoteronada chica les había parecido tan romántico. Ese día comprendimos todos la razón del porqué se querían tanto.
Tiempo después desaparecieron como si se los hubiera tragado la tierra misteriosamente y de lo que solo recibimos una postal de los dos sentados en una silla gigante, quesque era una tradición checa porque ya se habían casado.
Hace un par de semanas cuando me dirigía para variar tardísimo a mi clase de serigrafía, veo a una mujer chaparrita como yo, con una cara como de niña y un pelillo corto como de muñeca antigua. Me cuesta trabajo reconocerla porque su cabello es ahora mas oscuro y suficientemente corto y porque lleva una carriola anaranjada junto con un pequeñito como de dos años agarrado de su mano.
-Hola Eva.- Y se queda analizando mi rostro como si no pudiera recordarme para luego encontrar algún razgo revelador devolviéndome una sonrisa y expresión de sorprendida.
Me presenta a Otto, el pequeño rubio, una bonita mezcla con la cara de él y los ojos de ella, con la nariz y la boca cubiertos de mocos amarillos y casi al borde del llanto porque el amiguito del parque no quería regalarle sus burbujas. Eva me cuenta qué hacen de vuelta en este país y lo contentos que estan. Le pregunto cómo le hacen con este sujeto de piernas cortas para seguir con sus expediciones por la naturaleza y me contesta que le estan entrenando, que ahora mismo no aguanta los 20 kilómetros pero que ya aguanta 10. Con solo 2 años.
Después llega él y se sorprende también de verme, dice que mi cara ha cambiado tanto y hablamos de una posible reunión que los tres sabemos nunca se llevará a cabo. Los miro a los dos, cansados y con un aire extraño, como si el tiempo hubiera cernido alguna capa cristalina sobre sus rostros, edad o cansancio, talvez algo que ni siquiera tiene sustantivo. Finalmente el tiempo lo serena todo.

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