martes, 5 de octubre de 2010

cuento número diez

Tú y yo tenemos una forma similar de amar. Intensamente, con dureza también, pocos afectos a los cuales inyectarles muchísima fuerza. Pedimos mucho, pero también damos de más. Talvez por eso nos queremos tanto, en nuestra propia definición del amor nos encontramos correspondidas en justa medida, a veces sobrepasadas por la recompeza. Nos gusta el placer y el recibir, pero creemos en la responsabilidad y la lealtad, hemos aprendido a ser empáticas y respetuosas, lo cual nos ha costado mucho.
Llegaste un día a comunicarme lo que él había decidido, fuiste dócil y dulce porque sabías que sería una noticia difícil. Estabas muy indignada lo cual me hizo sentir cierta dignidad en mi dolor. Me enseñaste una carta que él le había escrito a ella con exactamente las mismas dulces palabras que me había dicho a mi, mentira tras mentira. No me sentí enojada ni rabiosa ni indignada. Sentí una cierta melancolía resignada. Deseaba cansar mi cuerpo para no pensar tanto y para dejarlo pasar. Compré unos cuantos botes de pintura color azúl cobalto y verde manzana para pintar mi cuarto, pintaría las paredes desde que abriera los ojos hasta la madrugada. Y pintaba todo el día, movía los muebles, protegía los muebles y dormía en todas partes. Al final del día tenía los brazos terriblemente cansados, el cuerpo de repente se me rendía en un sueño profundo y reparador. Tú me conocías perfectamente, las cosas que me gustaban, las que no y esas que nadie conocía pero podían traerme consuelo. Llegaste y tocaste a mi puerta. Me dijiste, te traigo un regalito y asomándome al exterior descubrí que habías traido al hombre aquel que conoci en Cuautla y que me parecía extraordinariamente guapo porque según yo se parecía a Gavin Rosdale el vocalista de Bush. El hombre estaba ahi, sonriente e increible esperando poder platicar conmigo. Tú la dama celestina brindadora de buenas y malas noticias, ave elegante nocturna y de perfecta voz te habías tomado tantas infinitas molestias para encontrar en el mundo a lo que yo consideraba la perfección masculina por el simple hecho que aquel día me sentía melancólicamente triste.
En la escuela y en mi casa siempre me he sentido demasiado adulta, porque mi hermano tenía asma tenía que ser responsable e independiente, porque mis papás tenían los problemas que tenían, yo tenía que ser silenciosa y ocuparme de mis propios problemas. Nunca me gustó pedirle ayuda a nadie ni necesitar de nadie, rara vez me sentí cómoda recibiendo la atención de nadie. Sin embargo, por la forma en la que tú me amabas siempre me hiciste sentir como la protagonista de un cuento increible.

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