lunes, 1 de noviembre de 2010

cuento número treintaiseis

Mi prima siempre fue una especie de gurú de la moda, sensacional y asertiva. Yo que no tenía ningún talento para ese tipo de cosas la miraba anonadada, extaciada de tener el privilegio de solo poder mirarla elegir, como si fuese ella el sol que irradiaba calurosos rayos que a mi me hacían terriblemente feliz.
El día de mi cumpleaños número once, me acompañó junto con todas mis tías a Galerías Coyoacán para todos poder ajuarearme. Me gustaba que en ese entonces mi cuerpo de mujer recientemente comenzaba a manifestarse, entonces era ese momento en el que se logra la sutilmente ambigua convinación entre los ángulos infantiles y las redondeces femeninas, me encantaba mi cuerpo y con orgullo sentía que todo lo que le colgase se veía bien. Por esas fechas, según la gurú estaban de moda las falditas cortas con estampados escoceces. Me armó un pequeño conjunto con una faldita de cuadritos rojos y azules, una camiseta azúl marino y unas botas a lo "todo terreno" de piel. Me sentía la conquistadora del universo lista y montada.
Este era mi conjunto poderoso y lo usaba cada vez que podía, así que curiosamente coincidió en un día que fui a comer a casa de Susy, su casa era linda porque su papá tocaba el piano y su mamá cocinaba cosas buenas, pero en caso de que no lo fueran tanto no me obligaba a comerlas como la mayoría de las mamás.
Después de la comida salimos a buscar a su vecino que también iba a nuestra clase. A mi me había gustado su vecino desde primero de primaria porque tenía una cara curiosa, era muy pequeño y delgado, pero había un borde alargado y extrañamente exótico en las comisuras externas de sus ojos, además de que tenía la nariz más perfectamente angulosa que hubiera yo visto hasta entonces, además de que era bueno en deportes y a mi en ese entonces eso me impactaba mucho.
El vecino salió con nosotras y nos prestó impermeables porque iba a haber tormenta, sacó su cometa y salimos al terreno abandonado junto a su casa para ponerlo a volar. Conseguimos tenerlo suspendido en el aire más o menos diez minutos, diez minutos perfectos en los que pensaba que tener una relación debería ser lo más parecido a eso, con las mariposas en el estómago, él había tomado mi mano no se con qué pretexto. Yo sentía que amar a alguien debía de ser como compartir tus juegos, como salir a volar una cometa un día de tormenta.

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