A veces dices que me debes mucho, a veces yo quisiera recordarte cuánto te debo. Especialmente en ese pequeño viaje al infierno el año en que mi hermano salía de la escuela. Aparentemente le había caído la adolescencia de sopetón y entre eso y las cartas secretas que le encontraron a la hermana de Regina, a mi se me había trazado una ancha banda de barros que recorría toda la linea de la columna vertebral. Mi cuerpo siempre había sido un radar de problemas y era esa época de inestabilidad en la que al mismo tiempo por cada problema subía un kilo a la semana.
Aparentemente mi hermano y su grupo de amigos redactaron el más simpático de los anuarios que efectivamente era muy gracioso pero que talvez por el salto generacional pero no tuvo el mismo efecto en la mesa directiva de la escuela quienes tomaron las ridículas frases del anuario al pie de la letra. Así, el pánico invadió la cabeza de mi mamá cuando miró que mi hermano había escrito que quería organizar una guerrilla por internet y las muchachas de su clase hablaban de sobadas y repentinas revelaciones lésbicas en un pueblo donde la homosexualidad, las sobadas y las guerrillas no estaban permitidas.
Desagraciadamente para la mesa directiva y afortunadamente para mi hermano, dejaron sus asuntos muy bien amarrados, ya que a pesar de las frases lascivas y escandalosas que se podían leer en el anuario, ese era el último año de todos ellos y se despidieron de la escuela, de sus maestros y toda una vida de recuerdos con esa última broma. Sin embargo no todo quedó ahi, porque habían desatado mucha ira entre los mayores, además de levantar rumores escandalosos que tendrían que ser acallados para el efectivo sometimiento de los demás alumnos. Así en esa tarde vergonzosa, las madres de los alumnos que todavía habían dejado hermanos en aquella moralista escuela, fueron citadas en el centro comercial en una oleada de represión y castigo y la caza de brujas al más fiel estilo americano. Veía mi cabeza rodar, porque contrario a recibir consuelo de mis padres o de quien fuera había latentes amenazas como que la única opción para mi era asistir a la escuela rival de donde se pensaba que no había nivel ni cultura, además de que estaba lleno de monjas y ya teníamos suficiente con nuestra escuela nazi.
No paré de llorar todo ese tiempo y me veía condenada en una escuela nueva y terrible, pagando por un crimen que ni siquiera era mío. Recuerdo especialmente ese momento porque fue cuando fuiste tú y me dijiste sin la solemnidad que demandaba un cambio así y como si me estuvieras platicando cualquier anécdota intrascendente del día, que si a mi me mandaban a aquella terrible escuela, tú te irías conmigo. Me quedé totalmente fría ante la inesperada oferta, porque para mi ese lugar era el infierno y jamás me hubiera imaginado que alguien pudiera ofrecerme tal cosa porque a nadie le gusta ir al infierno, ni siquiera de turista. Así mismo comenzaste a venderme la idea de que no podía ser tan malo como yo me imaginaba si estábamos juntas, y explicabas historias como que en esa escuela había chicos más guapos que en la nuestra y que sería un cambio interesante, ninguna estará sola me habías dicho tú. Y sentí como si mi cabeza hubiese dado un giro de ciento ochenta grados porque aquello que tanto me había torturado antes, ahora se me presentaba como una oportunidad y talvez una nueva ocasión divertida que no hubiéramos vivido antes. Puedes cruzar el infierno, pero si vas de la mano con la persona correcta igualmente puede parecerte una excursión al caribe.
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