martes, 2 de noviembre de 2010

cuento número treintaiocho

Me habían avisado que ese año se iría de la escuela, yo me preguntaba que si llevaba toda la vida en la misma escuela que yo, porqué había elegido el año que le quería y me quería para irse. Solíamos compartir la clase de natación, o más bien solíamos compartir el no ir a la clase de natación, donde yo era alérgica al cloro y él traía la mano rajada, no solíamos hablar mucho, pero reíamos más, manejábamos un sarcasmo parecido, disfrutando burlarnos de los otros niños. Le quería como se quiere las primeras veces, con ansia y confusión.
El día que se iba, habíamos decidido hacer una despedida en casa de Julio, era el último día de clases y nosotros sentíamos como si fuera nuestro último día de primaria, el último día del mundo.
Todo el día estuve sintiendo esa ansiedad apremiante por decirle que le quería, decirle que no se fuera porque también le consideraba mi amigo. El me miraba como me miraba en clase de historia, como un buen lugar donde colocar los ojos mientras pasa la vida. Me preguntaba si tendría alguna oportunidad de decirle, me preguntaba si de hecho serviría de algo porque irse es una de esas decisiones estúpidas de los papás. El sol se apagó y yo no le dije nada, él corría risueño y parecía verdaderamente disfrutar el día mientras que para mi era esa agonía interminable de verle partir. Se fué y no nos dijimos nada. Once años después volvimos a vernos, él estaba sorprendidísimo porque me recordaba como una de las niñas mas altas de la clase para descubrirme entonces con un breve 1.50, a mi me sorprendió ver como su fina silueta se había multiplicado muchísimas veces hasta toparse con ese hombre rollizo. Había sido como si no hubiera pasado el tiempo en el sentido que seguíamos siendo como dos buenos amigos, al mismo tiempo era como si hubieran pasado cien años desde aquella adoración absoluta de la que ahora se distinguían solo nuestros ojos adultos y la tristeza de haber perdido a un padre y de haber tenido el corazón roto cien veces seguidas.
Le pregunté por aquel día que yo recordaba como de color amarillo, le cuestioné por aquel año solo presa de la curiosidad, porque siempre había querido saber. Al principio del día me contó que era novio de su compañerita del transporte y yo sentí cierta desilusión de pensar que los sentimientos de la gente a veces no se conectan, en la noche a su vez me confiesa que también me quería y es una lástima que ninguno hubiese dicho nada, en ese entonces era tarde, ni nos gustábamos, ni nos adorábamos, ni sentíamos admiración o la misma intimidad de los juegos. "Hubieras dicho algo" repetía, "hubieras dicho algo".

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