martes, 16 de noviembre de 2010

cuento número cincuentaidos

Yo creo que en la universidad se abre el cuarto de los regalos, hablando de amor especialmente.
Le conocí tres mujeres.
La primera era callada y bonita, se llamaba Rocío. Aparentemente estudiaba psicología y por su porte estaba claro que se trataba de una hembra alfa, de esas que se te imponen con su presencia, aparentemente no le interesaban las chicas modocitas y tímidas como pensé que sería. Ella era agradable y escogía muy bien los momentos en los que hablar, físicamente tenía cierto aire a su madre.
Estuvieron juntos un mes hasta que ella lo cortó y como él era orgulloso y pensaba que no necesitaba en absoluto que le quisieran cuando ella regresó a pedirle una disculpa, él no la aceptó de vuelta.
La segunda aparentemente era una muchacha muy insegura, curiosamente también estudiaba psicología, nunca la conocí físicamente, pero al mes de ser novios él le escribió una carta muy personal y un poco fea, no eran las típicas razones como que no es por ti sino por mi o que si uno necesita tiempo, sino que escribió una carta muy bien estructurada argumentando razones de porqué no podían estar juntos y que había notado que tenía muchas inseguridades y temas pendientes respecto a si misma y que mientras no estuviera cómoda en su propio cuerpo no podría querer a otra persona.
La muchacha se quedó muy triste, y toda la semana después de pedirle su horario de clases al mejor amigo, le fue dejando notitas de color lavanda en todos los lugares a los que tenía programado ir, a todas sus clases, en su buzón, en su cuarto, en los platos de su casa. Me pareció un detalle curioso, talvez demasiado para alguien que conoces de un mes, talvez demasiado para alguien que no quiere estar contigo.
La tercera era una hembra alfa hecha y derecha con los pantalones bien puestos, era la última mujer que se me hubiese ocurrido para él porque le gustaba bailar mucho y las fiestas y los amigos, cosa que era totalmente opuesto a lo que a él aparentemente le gustaba.
Ella era muy agradable, una cajita parlanchina que podías insertar en cualquier situación de estrés.

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