domingo, 21 de noviembre de 2010

cuento número cincuentaisiete

Mi primer amigo de Bellas Artes se llama Borja, es canario y tiene ojos grandes y bonitos, es peludo como los perritos que me gustan. Es mucho más joven que yo.
Todos pensaban que nos conocíamos por como nos llevábamos, desde el principio, era bonito tener a alguien cuando había actividades en equipo o que te apartaran lugar cuando llegabas tarde.
Alguna vez tuvimos que hacer una reinterpretación de un compañero, yo en ese entonces pensaba mucho en mi casa y creía que ese era el vínculo más fuerte que tenía con Borja. Hice un cubo cubierto de pelo con agujeros en forma de ola, porque él venía de una isla y cuando despertaba lo primero en lo que pensaba era que le faltaba ver el mar desde su ventana. El dibujó mi sombra no se si con cinta o con tachuelas por todo lo largo de la pared. Nunca entendí cuál era la reflexión en ello.
Se me hacía difícil llegar temprano a la case de análisis gráfica porque aprender términos de arquitectura y perspectiva es doblemente difícil en un acento cerrado y de pueblo en catalán. Nuestro profesor ha sido lo más cercano que he visto a papá Noel, de hecho, así le llamaban. Por lo mismo siempre me tocaba sentarme hasta atrás.
Había una chica, Lidia. Delgada como un palillo para los dientes y ruda como algún objeto olvidado en el jardín que tras la lluvia y el tiempo se torna oxidado y extraño. Lidia no sé si era ese objeto olvidado o más bien era una niña demasiado mimada, pero siempre dejaba la sensación de que no debías meterte con ella, aún así era una persona terriblemente magnética.
Un día mientras intentaba capturar todo lo posible de mi hostil clase llegó ella y noté el fenómeno extrañísimo de ver que todos se le quedaban mirando. Al notarlo, (me sorprendió aún más) que ella devolviese una especie de sonrisa maliciosa con una cantidad agobiante de confianza. Entre la gente que la miraba estaba Borja. A Borja talvez le gusta Lidia, eso o tienen algo que desconozco.
Tiempo después me enteré que Lidia era la dispensadora de drogas en nuestro grupo y que Borja tenía una enorme dependencia a la marihuana.
El año siguiente Borja tuvo que dejar la escuela, todos sabíamos que había salido demasiado joven de su casa y que simplemente su pequeño vicio había sobrecogido su vida, se despertaba y lo primero que hacía era fumar su cigarrito de marihuana, hecho que le impedía irónicamente levantarse. Es un niño que necesita mucho tener a sus padres cerca, mirar el mar desde su ventana. Me sentí triste el día que se fue, sentí como si una parte de mi (porque en cierto sentido le sentía como parte de mi equipo) se hubiese dado por vencida.
Unos años después me lo encontré en el messenger. Me dijo que estaba bien, que era más feliz, que Barcelona fue demasiado ruda para él. Me confesó que le gustaba Lidia. Jeje

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