viernes, 26 de noviembre de 2010

cuento número sesentaiuno

Iba llegando al aeropuerto de México con mis maletas llenas de encargos, ese año me habían pedido dos botellas de Orujo de hiervas, una bolsa llena de butifarras, camisetas y productos del Barça, dulcecitos y toda la consecuente ropa que tuve que empacar para los diversos objetos de los que algunos eran extremadamente frágiles, uno que otro en especial. Así recogí el maletón azúl rey en la banda número once, después salió la maletita con el listón rosa pastel. Era un ser extremadamente diminuto y aparentemente frágil para semejante cargamento.
La cola para los rayos x era tan increiblemente larga. Así que me formé mientras leía la última novela de Haruki Murakami. Al avanzar mis maletas se desparramaban por los costados del carrito, entonces un hombre asiático se me acercó, muy amablemente colocó mis maletas sobre su carrito que era más grande y me regaló una sonrisa cordial y bonita, talvez tendría alrededor de cuarenta años. Intenté hablarle en inglés pero aparentemente no entendía nada, así que caminamos silenciosos por todo lo largo del amplio recorrido. Su pasaporte decía que era chino y mientras transcurría el tiempo me imaginába la hipotética situación que este hombre fuese mi marido. Seríamos uno de esos matrimonios arreglados, me divertía la idea de una chica demasiado jóven caminando cordialmente con un hombre gentil y maduro. Llegamos a los rayos x y me preguntan si vengo con él y yo le digo que no. Intento ayudarlo a cargar las maletas y el hombre no me deja, sube la mía y hasta que me dicen que me vaya se despide con su sonrisa bonita, el amigo de más corta duración que jamás he tenido, extremadamente caballeroso y amable. Cuando veo a mi mamá después de abrazarnos me pregunta que quién era el chinito aquel. " Mi marido de media hora madre, evidentemente"

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