Hubo alguna ocasión que contesté el teléfono como cualquier otro día y por el otro lado alguien lanzó la pregunta, "si hola, ¿quién te gusta?". Era esa niña que no me caía tan bien pero que a veces hablábamos y tenía una extraña soltura social que resultaba francamente sorprendente a los 12 años. En lugar de colgar me quedé pensando en alguna forma cordial de escapar a sus preguntas. "No me gusta nadie" y me sentí la niña más mentirosa del mundo porque la verdad era que cada año me gustaban al menos tres o cuatro niños. "Bueno, vamos a hacer una cosa, yo te digo nombres y tú me dices si te parecen guapos", "Esta bien". Y va enlistando a todos los nombres del grupo y yo los voy calificando con adjetivos como "x", "es muy feo", "no esta mal", etc. Cuando llega al nombre de Beto le digo que "no es mi tipo" y salta al mismo tiempo una voz alta e indignada preguntando que "¡¿eso que se supone que significa?!" y es nada más y nada menos que el mismísimo Beto tendiéndome una trampa para conocer mis intereses amorosos. Yo misma no era nada valiente, pero esa vez me molestó especialmente que no se atreviera a decírmelo a la cara. Beto se quedó muy triste. Tiempo después la misma Celestina me enumeraba todas las cosas que a él le gustaban de mi, que por alguna razón le pareció que podría salvar la situación un poco, entre esas cosas estaba mi golpe de Top Spin cuando jugaba tenis y las pequeñas faldas que nos hacían llevar al entrenamiento, le gustaba que fuera tímida e inaccesible porque le parecía tierno y decía que era una niña que pasaba desapercibida porque no tenía muchos amigos pero que le parecía bonita y el hecho le hacía sentir como el descubridor del algún secreto tesoro.
Beto a mis doce años me quería de esa forma simple. Inocente y arrolladora porque aunque a esa edad uno no se besa con la boca abierta el mundo ya era en si diferente porque era la primera vez que podías tomar a alguien de la mano.
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