Hubo un día en que nos tocó sentarnos casualmente uno junto al otro, yo tenía frío, con inusual cortesía me había cubierto con el edredón de su cama. Debajo de las cobijas acariciaba mis manos mientras mirábamos Fargo. No sabía si conocía mi nombre, me gustaban sus dedos tibios y delgados. Su mamá estaba ahi, como una roca rígida y terrible nos miraba severa e inquisitiva, se sentó a un lado, sin ver las manos ni que mi corazón se me salía del pecho. Apagamos las luces, él se acercó lento y beso mis labios. Mi cuerpo ardía en llamas, su madre miraba la tele como si nada. Me moría de miedo que nos viera pero me gustaba más su boca, ¿se estaría dando cuenta?. Me fui a mi casa, no me atreví a pedirle que saliera conmigo ni decirle que me gustaba mucho, me conformé unicamente con pensarle en mi cabeza como esas películas que van en bucle y se repiten infinitamente. Nunca me atreví.
Al día siguiente me llamó su madre, me dijo, Los hombres son muy malos, no te acerques a mi hijo porque te va a lastimar mucho.
No hay comentarios:
Publicar un comentario